sábado, 22 de abril de 2017

Jubilación anticipada

Doce de la noche…

A Beatriz le inspiraba la noche. Aquel silencio. Era un momento enteramente suyo, aunque sabía que al día siguiente el insomnio pasaría factura. Estaba a punto de concluir su séptima novela policíaca, con una extraña sensación de ansiedad. Se daba cuenta de que escribir la saga se estaba empezando a convertir en una obligación. Lo que ignoraba es que era el protagonista que había creado el que se había cansado de su propia historia y que él solo estaba precipitando su final.
 
Ánimo –se decía la escritora–. Tan solo dos capítulos más.
 
Capítulo IX

Sebastián Ponce estaba frente su vieja mesa de trabajo contemplando distraído el café humeante, demasiado amargo.  ¿Es normal que tenga ese olor tan rancio? Para qué hacerse preguntas. Nunca obtengo respuestas, aquí todo viene impuesto, me guste o no.
 
Ahí entra el joven, ese que muestra tanto entusiasmo. Ingenuo. Solo lleva tres semanas aquí, claro.  
 
-         Jefe, ¿has leído las noticias? ¡creo que esta vez lo tenemos!  
 
Ese tuteo. Qué manía. Yo le doblo la edad, tengo un rostro adusto con cara de malas pulgas, y soy seco. Todo el mundo lo sabe. Por qué me tutea. 
 
-         Jefe –insiste– ha dejado demasiadas pistas esta vez, fíjate–. Se me acerca con el periódico abierto, plantándomelo en las narices, casi me tira el café encima.
-        Lo sé –respondo, y procuro que mi tono disminuya su exceso de optimismo.
-        Mira la foto que han captado las cámaras –me señala una imagen borrosa– ¡es una mujer! y no precisamente joven. Mira la silueta encorvada, fíjate el cabello cano que apenas cubre el pañuelo. Justo después de marcharse encontraron otra de sus notas….Ya sabemos dónde actuará la próxima vez ¡¿Puedes creerlo?!  
 
Pues claro que puedo creerlo –piensa para sí–. Estás hablando con el detective Ponce, principiante. Ya hace tres días que sé quién es la responsable de las fechorías. Y la deducción no podría ser más rutinaria. Más aburrida.   
 
Tres de la madrugada… 
 
Beatriz resolvió el capítulo explicando los detalles, las claves del nuevo misterio por el inteligente, carismático y malhumorado detective que había salido de su imaginación hacía ya casi diez años. Pero el personaje que tanto la sedujo por la cantidad de matices que se podían hallar en él ahora se le antojaba anodino, demasiado previsible. Había sucedido lo que más temía como escritora: la inspiración se había esfumado. Quizá no debí eliminar a su gran amor de la escena, daba mucho juego –se preguntaba–. Pero claro, ahora no puedo resucitarla. Tal vez le ha faltado un verdadero amigo…quién sabe si un hijo. 
 
Pero Beatriz había ido restándole más de lo que le daba. Lo estaba convirtiendo en un pobre diablo, alcohólico y solitario. Si el lector ve lo mismo que yo percibo –meditaba-, va a cerrar el libro antes de llegar a la mitad. 
 
Tres horas después, decidió tomar una resolución. Drástica, sí. Pero la única posible.  
 
Capítulo X
 
Cuando Ponce bajó la escalinata, sumido en sus pensamientos, no se percató de que le habían estado siguiendo. Llegó al andén. No había nadie a esas horas. La llegada del último tren estaba anunciada para dentro de cuatro minutos y medio. Otro día más – pensó, con amargura-. No me importaría jubilarme hoy mismo.  
 
A sus espaldas, una voz le formula una pregunta. Apenas es un susurro. Ponce se da la vuelta con desgana, dando por supuesto que alguien necesita orientación en el laberinto de las líneas del metro. Pero lo que ve le deja estupefacto. La figura enjuta de la mujer de la foto que había visto esa misma mañana, pañuelo sobre la cabeza, vestimenta sencilla, figura encorvada. Y lo peor de todo. Esa sonrisa.
 
-         Le estoy preguntado si me reconoce.  
 
No le da tiempo a responder, ni a reaccionar. El resplandor de los faros del tren lo ciega, y luego…nada. Aún en esos breves segundos le sucede un torbellino de pensamientos, que son un reproche más bien. Parece mentira, todos estos años de reflejos tan rápidos, de salir airoso de todo, y va a acabar conmigo una ancianita.   
 
Seis de la mañana… 
 
Cuando Beatriz concluyó, se mezclaron varios sentimientos pero predominó el alivio. Era consciente de que el final precipitado, inesperado, e incluso cómico, no estaría exento de las críticas de sus seguidores. Pero la serie policíaca a la que se había consagrado, y que la había consagrado a ella como escritora, le había robado otros terrenos fascinantes por recorrer, y ahora solo sentía ansias por recuperar el tiempo perdido. Emoción, era la palabra. Al fin. Y pensó en Sebastián Ponce, a quien por mucho tiempo que pasara jamás podría olvidar.  
 
Tal vez pueda darle otro papel, bajo otro disfraz, en mi próximo libro… 
 
Y en algún lugar de su mente, Ponce sonrió, satisfecho.




 
Sherlock Holmes y Moriarty en las Cataratas Reincheback. Autor: Sidney Paget

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