jueves, 20 de abril de 2017

Cuando mi vuelo termine, volveré a verte

Yo solía ver el mundo del revés. Me hacía pequeño conforme los demás crecían y así quería quedarme, para siempre, porque siendo como era ya un ávido observador, aquellas caras inexpresivas y esa falta de visión no podían augurar nada bueno a la madurez. Un libro cambió mi vida, pero yo no sabía que precisamente a través de él yo me convertiría en adulto. Se llamaba “Historias vividas”, y era un tratado sobre la selva. Una de sus láminas me llamó tanto la atención que quise convertirme en pintor. Pero ese sueño fue desterrado de golpe al no ser reconocido mi talento por mis mayores, que desdeñaron la idea, porque no era seria. Me aseguraron que para crecer era necesario ser serio, y aunque no dejé de ver el mundo a mi manera, pues era aviador, la imaginación no podía ser buena compañera de viaje, así que la dejé en tierra, y acabé por olvidarla.

Un día me estrellé en mitad del desierto. Y mi imaginación me encontró a mí de nuevo, en forma de niño de cabellos dorados ataviado con una vistosa capa. Me empeñé en tener un diálogo normal con él para esclarecer el enigma de su presencia, pero él me llevaba lejos, muy lejos, de regreso a mi infancia cuando yo quería ser artista. Empecé a seguir su lógica y hallé respuestas mucho más sencillas, mucho más puras. Él me hablaba de corderos, de bozales para corderos, de peligrosos baobabs, de habitantes de otros planetas demasiado parecidos a los humanos. De flores con espinas, delicadas y caprichosas. Su risa era la vida misma. Siendo un niño, había vivido mucho más que yo. Yo me había perdido en un lugar desconocido, pero al estar con él me di cuenta de que había empezado a perderme mucho antes. Cuando él siguió su camino, me sentí más solo que nunca.

No me extrañaría que algún día os encontrarais con él. Espero que así sea, porque tal vez, si estáis lo suficientemente despiertos y dispuestos a escuchar, podáis ver lo que tenéis delante, antes de que adquiriera mil nuevos significados sin verdadero sentido. La pureza y la belleza de las cosas más sencillas, en la clara mente de un niño.
 
 

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