Qué sabe de mis recuerdos la seca pintura
entreverada en mis menoscabadas hebras,
desde el pomo de cristal en el que reposo
entre trementinas y vahos oleosos.
Quisiera ser Tiempo
para tornar a bosquejar el rostro de la Dama,
y hallar de nuevo su luminosa mirada,
aquella que atravesó mi alma.
Guié la mano ciega del artista,
consumido por un amor tornado en frenesí.
Ella destellaba entre trazos cian y carmín
con haces de luz y sombras sobre aquel lienzo.
Maldigo el silencio y la quietud,
la lejanía que es condena
mientras mi memoria se destiñe, lánguidamente,
de Aquella a la di y me dio vida.
Añoro no ser tu hacedor perpetuo
y vivir eternamente
en tu inmortal sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario