Cuando
alcé la vista, hastiada por la monotonía del ir y venir mundano, todo era rojo
y rosado sobre un fondo limpio de un leve azul en declive. Nuestro planeta empezaba a darle la espalda al sol
para mirar hacia el cosmos. Algo tan inmenso que sigue su equilibrado pulso
existencial y misterioso mientras nos perdemos a diario el regalo de cada
atardecer.
Atardecer en Port de la Selva
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