Lo habíamos perdido todo. Ardimos
junto a la propia Tierra, tras destruirnos entre nosotros. En aquel lúgubre
lugar donde nos amontonábamos, un leve rumor de agua nos despertó. Entonces
alguien pronunció una palabra. Después vino otra, y otra. Todas desconocidas
para mí. El rumor fue creciendo y sentimos cómo sobre nosotros caía una fina
capa de lluvia. Y entonces me uní al resto de las voces y manos entrelazadas.
Asíamos aquellas gotas que saciaban nuestras almas deshabitadas. Seres humanos,
todos distintos, hablábamos con el lenguaje inequívoco de la mirada. Y el
significado era único: esperanza.
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