domingo, 24 de julio de 2022

Desde el cerro de la libertad

Es por todos sabido que ese solitario animal con apariencia ajada, es la cabra Ylia, ahora denostada, pero antaño admirada por sus congéneres y por todos los humanos que se cruzaron en su camino. Pero fue traicionada. 

En los últimos días del verano se escuchaba su célebre alarido cuando descendía acompañada por su minúscula tropa, desde los riscos. 

 - ¡Contempladlos! Ahí están todos, embobados siempre que salimos al cerro y lanzamos nuestros bramidos. ¡Mirad cómo los pobres desgraciados bípedos intentan atraparnos! 

Entre los congregados fieles a Ylia se escuchaban carcajadas generales. Los desgraciados bípedos eran los humanos, empeñados en cercar a las fugitivas.

- ¿Cuántos años llevamos aquí? ¡Y nunca nos han dado caza! Y así seguiremos, camaradas, hasta que llegue el día en que alguno de nosotros engendre a un heredero, y conquistemos la gran extendida. 

La gran extendida es como llamaban a los valles que estaban justo al otro lado de cerro. Parecían no tener fin. Llevan siete años en el Cerro de la Libertad, el nombre con el que bautizaron a esa parte de la cordillera que actúa de muralla con el pueblo de donde escaparon tras la última matanza. 

Ylia asumió el mando de esa diminuta colonia de refugiados que formaban él, Selma, Alina y Azufre. Ylia no era robusto, pero poseía convicción y ambición. Su objetivo, su misión, era retornar a su grupo de cabras al estado salvaje, tras varios años en que sus viejos antepasados se dieran por extinguidos. Pero no tenían herederos. Y no era culpa ni de Selma, ni de Alina, sino de Ylia, pero él jamás lo hubiera reconocido. 

El día que Ylia comunicó el plan de secuestro de más hembras, Azufre vio su oportunidad. Azufre era tosco, tenía un cabello rojizo y ojos de fuego. Era él quien debía continuar la estirpe de los desertores y crear la nueva raza, no Ylia. Le siguió la corriente y cuando llegó la noche del secuestro de las hembras, Azufre cerró la valla del cerco, dejando a Ylia atrapado, junto con el espantado rebaño. La mirada de Ylia fue de sorpresa, no tuvo tiempo de reaccionar. Observó la sonrisa desdeñosa de Azufre mientras éste se alejaba, dejando a su antiguo líder a merced de una manada carente de opinión propia respecto su malogrado destino, y menos aún de espíritu crítico. 

Y así, pasó el tiempo. La vida de Ylia fue perdonada por los humanos, en señal de cierto reconocimiento por la osadía de su pasado. A veces Ylia creía ver trotando libres a sus antiguos compañeros, y voces que no lograba identificar, probablemente de la prole engendrada por Azufre, Selma y Alina. El conformista rebaño le observaba con curiosidad recelosa, mientras Ylia cerraba los ojos e imaginaba la gran extendida…

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